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En el siglo XVIII, durante la época dorada de la construcción de autómatas, los espectadores asistían asombrados a las ferias en las que se mostraban seres artificiales de aspecto claramente humano capaces de tocar el violín o la flauta. Entre los más famosos se encontraba el autómata escritor presentado en 1774 por el genial ingeniero suizo Jaquet-Droz, que lo había diseñado para que pudiera escribir –con una pluma de ave que sujetaba en la mano– frases tan sugerentes como aquel “pienso, luego existo” de Descartes. Incluso a día de hoy, el pequeño escribiente nos impresiona.
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