Majestuosa reapertura de la catedral de Notre-Dame, una de las matrices arquitectónicas de nuestra civilización, iluminando el incierto futuro de la guerra en Ucrania, las nuevas relaciones de Francia con la Iglesia, las tensiones entre París y la Unión Europa (UE), y la crisis nacional, francesa, convertida en campo de minas para la zona euro y la Alianza Atlántica. Hora y media antes que comenzase la magna reapertura de Notre-Dame, Emmanuel Macron reunió, en el Elíseo, a Donald Trump, presidente electo de los EE. UU., y Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania. El encuentro comenzó a las 5,35 de la tarde y terminó veinticinco minutos más tarde. Encuentro breve pero excepcionalmente simbólico, quizá histórico, si tuviese una prolongación posterior. Encuentro quizá esencial para el futuro de Europa. Se trataba de otro diálogo personal entre Trump y Zelenski para avanzar los primeros peones de una eventual ¿negociación? entre Ucrania y Putin, con Trump como «intermediario» excepcionalmente poderoso. En tanto que primera potencia atómica europea, Francia, Macron y sus ministros, han respondido directamente a todas las amenazas de Putin del «uso» de misiles nucleares. De ahí la importancia del trabajo de «intermediario» de Macron. Las fuentes diplomáticas mejor informadas estiman que Zelenski pudo trasladar a Trump las «condiciones mínimas» que Ucrania podría aceptar para estudiar un posible fin a la guerra. Hasta ayer se pensaba que Zelenski defendería, hasta el «fin», la integridad territorial «completa» de su patria. Tras el encuentro Macron, Trump y Zelenski, Monseñor Laurent Ulrich, arzobispo de París abrió con tres aldabonazos y el rezo de varios versos de los Salmos, las puertas de la catedral, en presencia de una cierta élite real, diplomática y política mundial. Entre los invitados se encontraban los reyes de los belgas Felipe y Matilde; el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier; la primera dama de Estados Unidos, Jill Biden; el jefe de Estado paraguayo, Santiago Peña, y el de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi. El Príncipe Williams representó a los reyes de Inglaterra. También estuvieron presentes los reyes de Marruecos y Jordania, el príncipe Alberto II de Mónaco, el emir de Qatar, propietario del PSG, Tamim bin Hamad Al Thani , Elon Musk, el multimillonario amigo de Trump. Entre los ausentes, los reyes de España y el Papa Francisco. Nadie explicó en Paris la ausencia española. Por el contrario Monseñor Laurent Ulrich, arzobispo de París, explicó con precisión y diplomacia las «diferencias» que existen el Vaticano y la Francia de Macron: «Comprendo perfectamente que el Papa no deseara desplazarse para este tipo de acontecimientos. Francisco prefiere estar más próximo de las gentes sencillas, el pueblo de Dios. En el terreno eclesiástico, él estima que se trata de un asunto entre el Estado francés y la Iglesia de París no del Vaticano». Otra ausencia capital, para entender las nuevas relaciones entre Francia y la Unión Europea (UE) , la de Ursula von der Leyen . Tras la firma del histórico acuerdo entre la Unión y Mercosur, la presidenta de la Comisión informó con un brevísimo comunicado que «no estaría en Paris». Se trata de un enfrentamiento mayor entre París y buena parte de los aliados europeos, en el terreno capital del comercio mundial. Has antes del comienzo de las grandes ceremonias religiosas, políticas y diplomáticas, la agencia de notación financiera Fitch lanzó otro recuerdo desastroso, comentando de este modo la crisis política nacional: «El hundimiento del Gobierno amenaza el plan de consolidación de Francia, a medio plazo, incapaz de respetar las reglas presupuestarias de la UE. La fragmentación política hace muy difícil la búsqueda de un compromiso y consolidación presupuestaria». Se trata de una advertencia inquietante: la comunidad financiera internacional teme la «degradación imprevisible» de Francia. En el corazón político e institucional de esa crisis sin precedentes, esperando formar un nuevo gobierno la semana que viene, Emmanuel Macron terminó los actos institucionales de la reapertura de Notre-Dame, presentándolos como un símbolo emblemático del pasado y el futuro de la Nación, «unida en una ambición común». «Las campanas de Notre-Dame han vuelto a sonar. Son una señal de esperanza», dijo Macron, agregando: «Debemos toda nuestra gratitud a los hombres que han hecho posible esta reconstrucción. Fueron fieles a la voluntad, tomando el camino de la esperanza. Debemos guardar como un tesoro esta lección de fragilidad, humildad y voluntad, no olvidar jamás que cada uno cuenta, unidos. La grandeza de esta catedral es inseparable del trabajo de todos, unidos, en una ambición común».
Source: abc internacional