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Tras el bombardeo masivo

El ataque (o atentado) contra el Puente de Kerch (o de Crimea), en la madrugada del sábado, fue respondido, 48 horas después, por un bombardeo masivo por todo el territorio ucraniano. Ni tan siquiera la retaguardia profunda se salvó del mortífero chaparrón de misiles o de drones suicidas rusos. Con un centenar de «disparos» casi simultáneos, Kiev, Járkov, Leópolis, Krivoi Rog, Odesa, Ivano-Frankovsk, Zaporiyia y Dnipropetrovsk, entre otras zonas, fueron objetivos de la retorsión (o represalia) del Kremlin. Fue una rápida campaña de intimidación que desbarató sistemas eléctricos, de comunicaciones y energéticos ucranianos, que deterioró gravemente el funcionamiento regular de todo el país. Más allá de los destructores efectos materiales del bombardeo, así como de la cruel larga docena de vidas segadas, tal lluvia de fuego ha trasmitido un denso mensaje de poder, de determinación y de aviso. De poder militar, exhibiendo que, incluso en el terreno convencional, y a pesar de los recientes e importantes reveses tácticos sufridos en el frente norte (Járkov) y, en menor medida, en el del sur (Jersón) , el presidente ruso conserva capacidades suficientes para castigar grave y prontamente a Ucrania. Ese bombardeo también refrenda el enroque y la determinación de Putin en persecución de sus objetivos políticos y operativos. Supone, asimismo, un serio aviso frente tentaciones de atacar objetivos situados en territorio ruso, como ha sido el caso del puente de Crimea. Esa última cuestión invita a reflexionar sobre una de las complejidades, de componente moral o, si se quiere, sociológico que arrastra este conflicto y que hasta ahora no ha sido muy debatida. Se trata de la opción de atacar objetivos en el interior de Rusia, que algunos responsables políticos parecen estar acariciando, tal vez alegremente. Porque existe una sutil diferencia entre los bandos combatientes. Cuando en las acciones de las tropas rusas mueren civiles ucranianos, aquéllas emplean, en general, armas propias. Consecuentemente, la responsabilidad de esas calamidades recae sobre Moscú. Y eso, allí, parece aceptarse. Sin embargo, si las tropas ucranianas hicieran lo mismo contra rusos en su territorio, utilizarían las armas que se les da para defenderse. Consecuentemente, la responsabilidad de desdichas similares se repartiría entre Kiev y sus proveedores: Washington, Londres, Berlín, Madrid… ¿Están nuestras sociedades preparadas para aceptar esa carga? SOBRE EL AUTOR pedro pitarch El autor es teniente general retirado del Ejército de Tierra. Fue jefe del Eurocuerpo y de la Fuerza Terrestre y director general de Política de Defensa en el Gobierno de Zapatero. Ocupó la jefatura de la División de Estrategia y Cooperación Militar del Estado Mayor de la Defensa, así como de la División de Logística del Mando Supremo de la OTAN.
Source: abc internacional

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