Algo parecido sucede a la hora de analizar los resultados de la jornada de ayer. En la OTAN se ha puesto de manifiesto que es posible seguir profundizando en la cooperación militar en la lucha contra el terrorismo yihadista. Incluso Alemania, extremadamente reticente a aceptar que la OTAN aumente su rol en la lucha contra Daesh, ha acabado por asumir un compromiso mayor, aunque fuera a regañadientes. En clave económica, Donald Trump volvió a insistir -en un tono que podría considerarse poco cortés, aunque sobre una base sensata- en la necesidad de que los europeos gasten más en defensa para desagraviar a los contribuyentes norteamericanos.
Al margen de la OTAN, y a partir de sus contactos con las autoridades comunitarias, no fue ayer fácil saber cuáles son los planes concretos de Trump en otros campos esenciales para los europeos, como su idea sobre el tratado de libre comercio con la Unión Europea, la orientación estratégica de las relaciones con Rusia o sus planes -si los tiene- para combatir el cambio climático, desafíos de dimensión creciente a los que todos nos enfrentamos. Sus inquietudes sobre las consecuencias que pudiera tener el Brexit en el empleo de Estados Unidos fueron recibidas con cierto estupor, teniendo en cuenta lo pintoresco que resulta poner en un mismo plano estas dos cuestiones.
Pese a todo, es mejor hablar que ignorarse. La celebración de esta cumbre, casi simbólica, ha sido más que útil para dar un tono de normalidad a estas divergencias, que existen, pero que no deben poner en duda la necesidad de mantener esa alianza vital entre las dos orillas del Atlántico.
Source: ABC